Mentiras..

Llevo un tiempo pensando que la gente miente a todas horas. En serio. Cada vez más. Y es curioso que precisamente sea la época en la que la gente alardee más de sinceridad. “No, yo es que digo las cosas a la cara”, “No, es que yo voy de frente”. Menuda trola. La gente miente continuamente. Y por todo, además. Yo también lo hago. Supongo que forma parte del instinto de supervivencia. Nos montamos el caparazón a base de mentiras, pero lo que no sabemos es que construyen una estructura endeble, susceptible de mojarse cuando llueve. Reblandecerse. Y caer.

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Mentimos a todas horas. Decimos que algo no nos importa, cuando sí que nos importa. Decimos que algo no nos duele para no preocupar a quienes nos quieren, cuando sí nos duele, cuando ni la morfina paliaría el dolor. Decimos que no nos importa lo que la gente diga de nosotros, pero lo cierto es que llevamos fatal las críticas y siempre tendemos a pensar en qué habremos hecho o en cómo podemos mejorar. Cuando la verdad es que la gente siempre nos criticará, y no por nada en particular, sólo por criticar. Y de nada vale buscar razones, qué va.
Mentimos a todas horas. Decimos que no estamos decepcionados, que nos da lo mismo. Pero nunca da lo mismo. Y a quien siempre le de lo mismo, que se lo haga ver. Dar lo mismo es como dar la nada. Es vacío, es aburrido, es nulo. Como cuando anulas un ticket cuando la has liado. Eso es “dar lo mismo”. Dar lo mismo es igual a: me habría gustado que las cosas fueran de otra forma, pero me jodo y me aguanto. Creo que el “me da igual” debería estar borrado del libro de frases hechas, porque la gente siempre prefiere algo. O cerveza o vino. O falda o vestido. O bigote o barba. O café o te. O pollo o ternera. O piña o sandía. Y si te gusta todo es que eres un chaquetero incapaz de mojarte, cambiando tu bando conforme bailan las veletas. Y no nos gustas.

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Mentimos a todas horas. Mentimos cuando decimos que “sólo estamos conociéndonos” cuando puede que ya nos veamos casadas y con hijos. O igual tanto no. Porque la edad te serena y te transforma los pies en puro plomo. Pero puede que sí que estemos ilusionadas y con ganas de más. Pero decimos que no, “que ya se verá”, “que tiempo al tiempo”, “que poco a poco”, “que sólo es un amigo”. Eso es mentira. Pero a ver quién levanta la mano y suelta “Sí, me estoy pillando y no quiero pillarme porque no sé si él está pillado o piensa pillarse o no quiere pillarse, y a saber si me pillo lo que pasa, ay de mí, mejor me callo”. Y hacemos como que todo va bien si empieza a ir mal. Y hacemos como que no nos importa que no conteste rápido a ese mensaje, o que llame tarde cuando dijo que llamaría pronto. Miramos a los ojos de quien tenemos delante defendiendo una burda mentira.
Pero aun así, vamos de sinceros. Decimos que nada nos asusta. Que esa película no nos hizo llorar. Que no tenemos ese libro en la mesita de noche. Que no nos rompieron el corazón en mil pedazos y en repetidas ocasiones. Que no escribimos en libretas para salvarnos.
Decimos que el pasado nos enseñó. Que ya aprendimos a no tropezar. Que nunca jamás de los jamases volveremos a dejar que nos rompan como pompas de jabón. Mentimos. Mentimos sin parar. Tenemos la poca vergüenza de levantar la cabeza y decir que sí cuando es no, y de no cuando es sí. Decimos que no es nuestro momento, que no queremos enamorarnos de nadie, que nos aleja de nuestra meta, que no nos deja pensar con claridad y enfrentar el día a día con sentido común.
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Decimos que ya nadie sería capaz de sorprendernos ni de mordernos el corazón. Cuando es que no. Que no, que no, que no. Que sí. Que sería capaz. Quien fuera que lo hiciera bien. A conciencia. A fuego lento (chof, chof). Cualquiera que demostrara que el amor de verdad nunca pasa desapercibido, que la magia real nunca va vestida de traje y corbata. Que la magia es un pijama de domingo. Un vestido blanco de falda vaporosa y hombros descubiertos. Unas chanclas en la playa. Una camisa abierta luchando por saltar desde el cuerpo hasta el colchón. Que la magia nunca es un corsé. Que el amor nunca ata, siempre da aire, siempre respira libre bajo un sol espléndido.
Y el caso es que a pesar de este post, nos seguiremos engañando letal y lentamente a nosotros mismos. Porque somos así. Porque antes orgullosos que vulnerables. Porque antes sin amor que con desamor. Y es que la vida nos ha obligado a ponernos un uniforme que no nos corresponde, el uniforme de héroes, cuando sólo somos personas. Y llevamos escudos, mil escudos. Y capas. Mil capas. Para que las verdades no nos claven puñales. Para que nada nos haga daño. Y es que la vida nos ha enseñado de forma errónea a poner tiritas antes de hacernos las heridas.
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Pero tened cuidado, que no es más que una campaña de las tiendas de tiritas para vender más. Que no os engañe tanta publicidad. Que no os engañe tanta falsedad y tantas mentiras.
Que porque una mentira se repita muchas veces, no se convierte en verdad.
I

 

 

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