Llevo un tiempo pensando que la gente miente a todas horas. En serio. Cada vez más. Y es curioso que precisamente sea la época en la que la gente alardee más de sinceridad. “No, yo es que digo las cosas a la cara”, “No, es que yo voy de frente”. Menuda trola. La gente miente continuamente. Y por todo, además. Yo también lo hago. Supongo que forma parte del instinto de supervivencia. Nos montamos el caparazón a base de mentiras, pero lo que no sabemos es que construyen una estructura endeble, susceptible de mojarse cuando llueve. Reblandecerse. Y caer.
Mentimos a todas horas. Decimos que algo no nos importa, cuando sí que nos importa. Decimos que algo no nos duele para no preocupar a quienes nos quieren, cuando sí nos duele, cuando ni la morfina paliaría el dolor. Decimos que no nos importa lo que la gente diga de nosotros, pero lo cierto es que llevamos fatal las críticas y siempre tendemos a pensar en qué habremos hecho o en cómo podemos mejorar. Cuando la verdad es que la gente siempre nos criticará, y no por nada en particular, sólo por criticar. Y de nada vale buscar razones, qué va.
Mentimos a todas horas. Decimos que no estamos decepcionados, que nos da lo mismo. Pero nunca da lo mismo. Y a quien siempre le de lo mismo, que se lo haga ver. Dar lo mismo es como dar la nada. Es vacío, es aburrido, es nulo. Como cuando anulas un ticket cuando la has liado. Eso es “dar lo mismo”. Dar lo mismo es igual a: me habría gustado que las cosas fueran de otra forma, pero me jodo y me aguanto. Creo que el “me da igual” debería estar borrado del libro de frases hechas, porque la gente siempre prefiere algo. O cerveza o vino. O falda o vestido. O bigote o barba. O café o te. O pollo o ternera. O piña o sandía. Y si te gusta todo es que eres un chaquetero incapaz de mojarte, cambiando tu bando conforme bailan las veletas. Y no nos gustas.
Pero aun así, vamos de sinceros. Decimos que nada nos asusta. Que esa película no nos hizo llorar. Que no tenemos ese libro en la mesita de noche. Que no nos rompieron el corazón en mil pedazos y en repetidas ocasiones. Que no escribimos en libretas para salvarnos.
Y el caso es que a pesar de este post, nos seguiremos engañando letal y lentamente a nosotros mismos. Porque somos así. Porque antes orgullosos que vulnerables. Porque antes sin amor que con desamor. Y es que la vida nos ha obligado a ponernos un uniforme que no nos corresponde, el uniforme de héroes, cuando sólo somos personas. Y llevamos escudos, mil escudos. Y capas. Mil capas. Para que las verdades no nos claven puñales. Para que nada nos haga daño. Y es que la vida nos ha enseñado de forma errónea a poner tiritas antes de hacernos las heridas.